
Indignación. Teresa apaga el televisor. No entiende cómo se burlan de la gente. Quieren que sea una lucha de todos contra todos. Poner a los padres de los alumnos en contra de sus maestros y profesores que día a día se esfuerzan para borrar la ignorancia en medio de la rebeldía.
La señora de manos toscas, que todavía lleva tiza en la campera que marca el esfuerzo del día, cuando dispone a tomar un mate cocido, descansar del griterío, la burocracia, el sonido estridente de la campana, se indigna. “Queremos ver a los chicos en las aulas y que no sean rehenes involuntarios de estas medidas de fuerza totalmente irracionales, porque saben muy bien del esfuerzo que viene haciendo nuestro gobierno, que tiene a la educación y al trabajo como pilares centrales”. La bronca que la hace levantarse para dar un manotazo al botón de off.
Las victimas son victimarios. Resulta que Teresa, que debe hacer doble turno porque de lo contrario no le alcanza ni para un saquito de té, es una hija de su madre porque no quiere que los chicos aprendan.
Si los docentes son así de malos, pobre Darío Poblete. ¡Pobre!. Fue condenado a prisión perpetua por matar a un quilombero que encima no quería que los alumnos aprendan. ¡Pobre Poblete! Por matar a un guerrillero, que estaba marchando en vez de estar enseñándoles a esos chicos.
Indignación. Aquel 4 de abril del 2007 Carlos Fuentealba pasó a mejor vida al recibir una bomba de gas lacrimógeno disparada a corta distancia. Fue asesinado durante una manifestación en reclamo de salario básico acorde con lo que cuesta la canasta familiar.
Represión ante indefensos, cultura aplastada. Teresa traga su propia angustia. Aquél político bonaerense, con su soberbia, la culpaba de tomar como rehenes de lucha a los chicos. Pronóstico para esta semana, tiempo inestable en todo el país, con probabilidades de paro para el día jueves.
Teresita, a los siete años, ya tenía vocación. Soñaba con ser maestra. Los vecinitos sentados frente al paredón del patio donde la niña, con un pedazo de carbón dejaba cuentas a resolver, oraciones, sujeto y predicado. Sus premisas: tomar la asistencia ante todo y que nadie se olvide de izar la bandera, una remera vieja colgada del tendedero.
Sueño reprimido, hecho trizas. Entre las ruinas se erige la carpa blanca, símbolo de lucha, sostenida por ese sueño que se cae a pedazos. Teresa sólo quiere enseñar, pero para ello necesita tener la cabeza despejada y no estar pensando cómo llega a fin de mes.
Sus ojos fuentes de la verdad. Cansancio que se fuga por las grietas de las malditas patas de gallo, tristeza estancada en lágrimas que no caen. Aquellos ojos que miraban con ansias al futuro, hoy son nostalgia del pasado.
Indignación. Escuelas que se caen a pedazos, política de mano dura y tolerancia cero, condiciones laborales deplorables, sueldos mezquinos. Ocho heridos por gas pimienta y palazos de la Policía. Basta de golpear a los docentes. Destruir la ignorancia, no la sabiduría.
Teresa es maestra en la escuela Nuestra Señora de Itatí, de la calle Flor de Nácar. Allí tuvo que enseñarles a los chicos cómo actuar ante un tiroteo. Los ojos de esos niños no son como los de aquella pequeña de siete años, no ven un futuro. Sueños ahogados en la cuna, que nunca crecieron.
¿Cómo enseñarle algo a aquel que no puede pensar por tener el estómago vacío? Teresa es una de las pocas personas que puede responder esta pregunta. Los maestros no sólo piden discutir el tema salarial, sino también la restitución de las becas estudiantiles, la calidad alimentaria en las escuelas y la solución del problema que trae aparejado el hecho de que se dejó de entregar kits de útiles a los chicos de bajos recursos.
Una cosa es renegar con los alumnos, otra muy distinta es renegar con los que manejan el presupuesto. Allí es cuando surgen las famosas canas verdes. Marche otra ronda de carpa blanca para todos. Exigencia de un salario que cubra el desfasaje provocado por la inflación.
Represión. Detener marchas, romper pancartas, evitar el escrache. Silenciar las voces que exigen la aprobación de la ley de jubilación del 82% móvil. Aguantar la negativa del Ministerio de Educación a reabrir la mesa nacional de negociación salarial. Otro paro de veinticuatro horas.
Encima a Teresa le robaron la cartera en el 140/148. Los pungas esta noche podrán llevar algo al plato de sus hijos, ella no. Crece la guerra de pobres contra pobres. No se puede culpar a aquel que roba a consecuencia de que por portación de cara no consigue un trabajo. Esta vez sí, la maestra no llega a fin de mes. ¿Cómo enseñar con el estómago vacío? Ella también lo sabe.
A su alrededor, la imagen típica de un colectivo urbano. Sardinas enlatadas, apretujada unas contra las otras. Sudor mezclado de aquellos que vuelven del trabajo, los que va, los que pasean, los que estudian, los que se dirigen a hacer trámites. Asientos rotos, mugre por doquier, esmog que se impregna en los zapatos y ojotas.
“Papi, ¿por qué llora esa señora?, pregunta Anita, una pequeña de ojos grandes y curiosos que todavía sueñan. Ella viaja parada en el colectivo porque nadie tuvo la amabilidad de cederle el asiento. Desde la mitad del pasillo observa a la señora de manos toscas.
La ve abrazando una carpeta, de ella sobresalen los aplazados, aprobados, regulares. “Yo cuando sea grande quiero ser maestra”, le dice a su padre. El hombre suelta una sonrisa que se va desdibujando cuando recuerda las noticias que escuchó por la mañana en la radio.
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